Hace dos semanas que lo estoy esperando.
Le dijo la señora, que salió a su encuentro.
¡Lo voy a matar!
dijo, como quien dice buenos días.
Mientras le abría la puerta de la casa.
—Si me mata —le dijo el jardinero, jactancioso.
No voy a poder cortarle el pasto.
Primero le corto el pasto, luego,
si quiere, me mata.
Le sugirió con voz como si fuera un inexorable.
A la señora no le disgustó para nada la idea.
Es más, todo ese tiempo lo fue midiendo.
Tras sus pasos, como si calculara
Un certero golpe.
El jardinero nunca hubiera sospechado.
Que esa dulce mujer
Frágil como una gramilla, tenía dos hijos.
Que había purgado varias penas por asesinato.
Y además de tener tres hijas más.
Viviendo con ella, inimputables
Y su marido, ese hombre con mirada hosca.
De pocas palabras.
que de vez en cuando veía en la casa
Era un doble agente de la CIA y el Mossad.
y durante los fines de semana
Era un acérrimo fanático del Deportivo Atlanta.
Y entre los entretechos de la casa
Al cuidado de una tía solterona.
Hay un hombre atado con cuerdas.
y con una bolsa en la cabeza, a la espera de un rescate.
Mientras escucha las interminables historias
de la desmemoriada anciana
Y sin contar los huesos.
Que no son de animales muertos.
Que hay en el patio enterrado.
Y las dalias y las dalias, que necesitan urgente
Que alguien les dé vuelta la tierra.
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