Vivo con mis muertos.
Los vecinos me denunciaron por malos olores.
Ellos ignoran estos pormenores.
Vinieron los de la municipalidad.
Los de sanidad trajeron médicos.
Y con varios patrulleros.
Revisaron la casa.
Se llevaron los cacharros del patio.
Juntaron muestra de agua.
Pero no encontraron nada en descomposición.
Ningún animal muerto.
Pero no pudieron saber
¿De dónde viene ese olor?
Putrefacto, que apesta el aire.
El perfume es tan subjetivo, les digo en mi defensa.
Por ejemplo, les sugiero.
Las margaritas no huelen tan bien.
Sin embargo, tienen unas flores hermosas.
Imaginen un campo sembrado de esas flores.
Los empleados municipales, policías, edecanes
Me miran como si les costará imaginar.
Un campo repleto de margaritas
Me sugieren que no abandone mi higiene.
Se retiran dejándome una notificación.
Cuando se van, digo para justificarme.
Es que vivo con mis muertos.
Ellos vienen apenas cae la noche.
Apenas las urgencias del día se acallan.
Se mecen las sombras.
Toman la casa como si les perteneciera.
Traen otros muertos, que no conozco.
Historias medievales, tristes historias de difuntos.
que suelo escuchar cada madrugada.
Vienen con vinos añejos, botellones de barros.
Maderos de barcos, antiguos incunables
Trajes desgreñados, armas oxidadas.
Pelucas entalcadas, pelos secos, uñas carcomidas.
Y el suelo de los camposantos
Tumbas, lápidas
Que dejan en la entrada, como autos mal estacionados.
Oigo sus conversaciones en otras lenguas.
Habladuría, historias de alcobas
Sus risas estridentes, su andar de huesos rotos.
Escucho mi nombre, tan lejano.
Como si estuvieran en otra habitación.
Me llaman para que cierre la puerta.
Que no deje nada tirado, que limpie.
Ventilo los cuartos; junto sus monedas de latón y cobre.
Barro, paso un trapo húmedo, enceró.
Escondo la tierra bajo la alfombra.